El fantasma sigue
siendo lo que más da que pensar…
Jacques Derrida, Espectros de Marx p. 115[1]
Los juegos amplían el mundo de
nuestra experiencia, propiamente humana. Sin embargo, esta ampliación se hace
usualmente a partir de los elementos de nuestra misma experiencia, por muy
fantasiosa que esta resulte, pues se trata de algo que, al fin de cuentas,
conocemos y podemos representarnos. O para decirlo escuetamente, nuestra
experiencia usualmente es de lo presente, de lo que se nos presenta, de lo que
nos representamos, de lo que está ahí. Esta consideración difícilmente tuvo un
contraejemplo en la historia de la filosofía hasta el siglo XIX. Pero algo del siglo
XX nos ha dejado el más macabro contraejemplo a esta inocente premisa filosófica:
es posible la experiencia de lo que se presenta como ausencia. El macabro ejemplo
es la sombra dejada por aquel hombre en Hiroshima.
De este hombre hemos perdido
absolutamente todo lo que alguna vez fue. Nos queda su sombra, ante la cual
podemos suponer historias e imaginarnos situaciones. Pero de él queda su
sombra, una sombra sin cuerpo que nos revela una ausencia jamás presente a
nosotros…
“No
creo que ‘quién’ pueda aplicarse aquí”
Khan, (Metro 2033) Min. 1:51
Ahora, supongamos que si una
bomba atómica pudo generar tal efecto, inesperado, en el mundo, entonces un
apocalipsis nuclear podría generar otro tipo de efectos, también inesperados:
La realidad de fantasmas, seres sin presencia en un tiempo quebrado. Es lo que
nos muestra Metro 2033. En un
ambiente postapocalíptico, el mundo ya no es el que era antes: ahora hay
fantasmas. Las consideraciones de Derrida nos dan un trasfondo para comprender,
de un modo más profundo, lo que aparece en una de los niveles mejor contados de
toda la historia de los videojuegos: “Fantasmas”, de Metro 2033. Es un nivel en el que no hay
enemigos, ni objetivos. Sencillamente se trata de seguir, tras Khan, por un túnel
lleno de fantasmas. Pero nadie se adentra
aquí. Ni la gente ni las bestias… hasta las ratas han desaparecido.
Y es que nadie se adentra a estos
túneles, no porque teman, sino porque en este túnel se ha roto el mundo mismo. El
tiempo se ha quebrado con la presencia del fantasma. Ya no es tan simple decir “aquí
y ahora”, porque el fantasma siempre pertenece a otro tiempo. El fantasma
aparece quebrando la línea de lo temporal, porque su “aquí” no corresponde con
su “ahora”, ya que el fantasma carece precisamente de esta conjunción: “Hay
algo de desaparecido en la aparición misma como reaparición de lo desaparecido”
(Derrida, p. 20). Por tanto, la aparición del fantasma hace del mundo algo
fantasmagórico, pues quiebra el tiempo y el espacio de la experiencia: la
propia experiencia del fantasma trastoca el tiempo actual que queda como tiempo
posible del espectro que aparece: “En el fondo, el espectro es el porvenir,
está siempre por venir, solo se presenta como lo que podría venir o
(re)aparecer: en el porvenir…” (Derrida p. 52)
Y es que este túnel en particular
tiene un pasado cuyo tiempo siempre es un porvenir. Los fantasmas no solamente
son lo que queda de lo que alguna vez
estuvo y pasó; sino que estos fantasmas (re)aparecen:
“Este túnel tiene que revivir su pasado una y
otra vez. Aquellos que tienen la poca fortuna de adentrarse en uno de esos
momentos, acaban uniéndose a ese pasado...”
Khan, (Metro 2033) Min. 3:48.
La espectralidad, que es la
temporalidad del fantasma, no permite que nos introduzcamos en ella; es el
fantasma el que, en su espectralidad, llega a nosotros. Se nos presenta,
usualmente con un motivo, no tanto un mensaje como un imperativo. No se trata,
como en la representación usual, de hacer algo para que el fantasma descansa,
pues el fantasma siempre (re)aparece; al contrario, el imperativo que trae el
fantasma no reside en él, pues ya está muerto[2],
sino que el imperativo recae directamente en nosotros. En este caso, el
imperativo es asumido como la memoria de la destrucción de toda metafísica tras
la muerte. Solo queda el mundo, con su espectral presente:
“Parece que la
devastación que provocamos fue total. El cielo, el infierno y el purgatorio
también resultaron atomizados, así que ahora, cuando un alma abandona un cadáver
no tiene a donde ir, así que se queda aquí, en el metro. Una penitencia dura,
pero merecida por nuestros pecados.”
Khan, (Metro 2033) Min. 5:38.
Es por ello que Metro 2033 es uno
de los mejores shooters que pueden ser jugados filosóficamente[3],
pues es un juego que no solo cuenta una historia, sino que crea un mundo, y al
crear este mundo, confronta, espectralmente, el mundo mismo en el que vivimos.
[1] El
libro de Derrida, titulado “Los espectros de Marx” puede encontrarse aquí
[2] Derrida
aumenta diciendo: “un fantasma no muere jamás, siempre está por aparecer y
(re)aparecer”. p. 115
[3]
Hay una consideración importante que apenas dejamos enunciada y tiene que ver
directamente con el espectro de Marx
que se figura Derrida con la herencia del comunismo. En el juego, vuelve a
aparecer la tensión entre los comunistas y los fascistas, que vienen directamente
de la confrontación de la II guerra mundial, pues son ideologías
fantasmagóricas que vuelven a aparecer en un tiempo post-apocalíptico. Este
carácter espectral lo trabajaremos en otro post.
acabo de leer el libro, me gustó tu analisis. Pero me parece que habia mucha mezcla en metro 2033. hay otro libro sólo de fantasmas?
ResponderEliminarHola Fabi. Pues siendo un blog de videojuegos, me interesa hablar de ellos. Sobre el tema de los fantasmas, desde la filosofía, te recomiendo el apartado titulado "el fantasma" del libro de Gunther Anders titulado "La obsolescencia del hombre". Y también el texto de Mark Fisher titulado: "Los fantasmas de mi vida. Estudios sobre depresión, hauntología y futuros perdidos". Gracias por visitar el blog y seguiremos en contacto.
EliminarQue los cielos nos miren con su beneplácito.