miércoles, 4 de mayo de 2016

Los videojuegos como cuidado



Una de las consideraciones más usuales acerca de los videojuegos es que consisten en evasión de la realidad, altamente sofisticada y mediáticamente manipulada. Ciertamente, es una cuestión de hecho que no se trata de negar, pero sí de matizar. Me interesa mostrar que realmente los videojuegos cumplen una función de cuidado, en el sentido clásico del término. Ciertamente me separo de casos enfermizos y extremos, incluso de los casos patológicos en los que alguien murió por jugar videojuegos en exceso, o a aquellos que han dejado a sus hijos por un videojuego, o a aquellos que han incluso drogado a su pareja para poder jugar tranquilo.

Me refiero a continuación a la práctica de los videojuegos que funciona como un cuidado, como un ejercicio filosófico de consuelo[1] y no de evasión. Y es que jugar es una forma de cuidado (cuidar el alma dirían los antiguos), en la medida en que la vida misma se va volviendo cruda y dura. Es necesaria una “moratoria de lo cotidiano” como la denomina Marquard para evitar la destrucción por exceso de seriedad. Pues parecería que jugar es perder el tiempo, pero realmente es una forma de ganarlo. Me explico: en los momentos en que la vida se vuelve muy cruda y cruel, ser realista no significa ser más duro que la vida misma, como lo pensaban los estoicos. Este camino no culmina bien[2], pues la vida siempre puede ser más dura y cruel que nuestros ejercicios más ascéticos. Schopenhauer lo notó: conviene distraernos, particularmente en el arte, en nuestro caso en los videojuegos. No es una solución, ciertamente, pero ese es precisamente el punto, no hay solución, y sin embargo la situación nos convoca a la acción. Pero ninguna de nuestras acciones, por muy magnánimes que sean, serán la solución al problema. Así, al ver las atrocidades en el mundo, constantes y diversas, violaciones y corrupción, injusticias y hambrunas causadas por el egoísmo humano: ¿cómo jugar en vez de ayudar? O glosándolo en la ya famosa pregunta: ¿cómo jugar videojuegos después de Auschwitz?
Parecería que el resultado sería un imperativo con el compromiso social. Pero no hay quien realmente se lo tome en serio, pues como Schopenhauer lo vio, lleva a la autodestrucción.  Quien se tome en serio, muy en serio, totalmente en serio cualquier dimensión del sufrimiento humano, se destruye primero antes de lograr cualquier solución: pensemos en alguien que combate el hambre del mundo. Si su lucha es sincera, honesta, total, radical, en una palabra, seria, tendría que dejar de comer inmediatamente y no volver a probar bocado, porque no tiene forma de justificar que su bocado prima sobre el del prójimo, si realmente lucha contra el hambre. Lo mismo pasa con todo sufrimiento humano, si se toma con total seriedad, el resultado es que no hay forma de justificar mi placer mientras que haya otro que sufra. 


Hay que hacer una pausa, incluso quien lucha contra el hambre, come. Y en su comer está el consuelo de poder brindarle a quien necesita de ese bocado que de manera egoísta se está comiendo y no lo ha compartido. No es la mejor respuesta, no es la respuesta total, pero es lo que se necesita para seguir ayudando. Como Schopenhauer lo vio con claridad, este es un consuelo  inútil, en tanto que siempre volveremos al sufrimiento del mundo, pero con otro ánimo.

Análoga situación ocurre con los videojuegos. No todos luchamos contra el hambre, no en todos los lugares del mundo hay agua potable, no en todos los sitios hay hospitales. ¿qué sentido tiene entonces jugar Dragons Dogma, Angry Birds o Just Cause? Pues el sentido de cuidarnos del excesivo dolor que nos llevaría a la autodestrucción. No necesariamente hablamos de las grandes luchas que devuelven la fe en la humanidad, sino las pequeñas y más usuales luchas que desgastan profundamente por su constante mella en la misma herida: “juego para no sufrir lo que siempre sufro, y que seguramente seguiré sufriendo después de jugar”. Tal podría ser el lema de esta reflexión. Podríamos sintetizar estos pensamientos glosando la famosa confesión que hiciera Bertrand Russell en su texto La Conquista de la felicidad. Allí dice el filósofo: “En la adolescencia, odiaba la vida y estaba continuamente al borde del suicidio, aunque me salvó el deseo de aprender más matemáticas.” Nosotros podríamos decirlo en otros términos, 

“… me salvó el deseo de jugar más videojuegos”



[1] Es curioso mostrar cómo la filosofía buscaba un consuelo. Muchas veces consistió precisamente en encontrar algo más valioso en la realidad que la percepción misma. Los mejores ejemplos de esto son las consolaciones de los estoicos, como la de Séneca o la de Boecio. Sin embargo, el ejercicio filosófico en la actualidad aspira a lograr un imperativo y no un consuelo. Se espera que la filosofía diga un Tú debes, profundamente racionalizado, pero no se buscan consuelos porque parecen inocentes. Una filosofía destinada al consuelo la tomamos hoy en día como autoayuda, cuando es realmente una vertiente medular en la filosofía la tarea del consuelo, que no la de la evasión. Para revisar la actualidad de este tema, conviene leer los interesantes aportes de Allain Button en su libro las consolaciones de la filosofía.
[2] Este camino, como lo muestra Schopenhauer al final del libro I de El mundo como voluntad y representación no llega a un buen término pues renuncia antes de empezar: “Pero la señalada contradicción interna de la que adolece la ética estoica hasta en su pensamiento fundamental se muestra además en que su ideal, el sabio estoico, ni siquiera en su presentación puede nunca ganar vida | ni verdad poética, sino que permanece como un rígido muñeco de madera con el que nada se puede hacer, que no sabe él mismo a dónde ir con su sabiduría, cuya perfecta tranquilidad, satisfacción y felicidad contradicen directamente la esencia del hombre y no nos permiten ninguna representación intuitiva.”