The Cave o la vida en un Mundo Anti-pelagiano
Pelagio fue un monje cristiano de
los primeros siglos de nuestra era y sostenía una hipótesis que a la luz de
nuestros días podría parecer más que sensata. Consistía en la afirmación de que
no hay pecado original y
que no precisamos de la gracia de Dios para ser buenos. Ciertamente Dios ayuda,
y se agradece el detalle, pero para ser buenos, nos bastamos a nosotros mismos.
Por obvias razones su pensamiento fue tachado de herejía y su producción cayó
en el olvido.
Nuestro mundo está completamente
imbuido en el pelagianismo,[1]
que nos resulta completamente coherente y racional. Es por ello que cuando
aparecen juegos como The Cave, que nos imbuyen en un mundo anti-pelagiano,
sentimos un choque extraño. Somos malos por el único hecho de estar en la cueva
y sin ayuda de la misma (o mejor, pese a la ayuda de la misma), nos veríamos
abocados a malas acciones.
The Cave, desarrollado por Double
Fine Productions y editado por Sega, te permite elegir tres personajes por
partida entre siete. Los hay de los más diversos y variados, desde la
científica y la viajera en el tiempo, hasta una arqueóloga y un caballero
medieval. Eventualmente las historias son diferentes y una buena combinación de
los personajes puede hacer el juego más o menos fácil. Lo que usualmente no se
dice es que puede variar el final del juego, lo que resulta extraño porque casi
y desde un principio, obtendremos el final escabroso, que implicará desde
lanzar un misil nuclear, asesinar al propio maestro o envenenar a los padres,
así como dejar a un pobre anciano en una isla desierta. Más aún, el que la
posibilidad inicial de lograr el mal sobre el bien sea la que casi está
prefigurada, pone en evidencia la afirmación que hemos postulado. La cueva
presenta un mundo anti-pelagiano, donde el bien es imposible por propios medios.
Quienes han llegado allí no son
buenos, y seguramente no lo fueron quienes nos precedieron. Para entrar a la
cueva se requiere llevarle unos “suvenires” al informador en taquilla. Te dan
una llave, entras a una puerta y buscas los regalos. Lo curioso es que en una nueva
partida del juego, los suvenires que se encontrarán son los trofeos que
recogieron finalmente los personajes del juego inmediatamente anterior. Se
encuentran muertos, cadavéricos y ahogados en sus propios tesoros. Una excelente
metáfora para ilustrar la existencia de quien entra en la cueva.
Y es que no se trata de que la
cueva sea un espacio de maldad y perdición, sino que dentro de ella, hacer el
bien resulta completamente truculento y difícil, porque para avanzar dentro de
la cueva, las acciones que llevan a cabo los personajes no son propiamente
buenas; empero, lo truculento del bien, como en aquellas pinturas sobre
la batalla final a la hora de la muerte, está al final. La sensación de
perdición tras haber hecho lo propio (de cada personaje) y toparse con un final
desolador va en contravía de las expectativas de la acción hecha; y es que uno
juega como debe jugarse para avanzar, pero con un final “triste” que si se alcanza
con todos los personajes se adquiere el sospechoso logro de “Corrupción”.
Ciertamente existe la posibilidad
del bien, pero para lograrla, dentro de la cueva, se requiere de una cierta “revelación”,
que puede ser tan accidental como revelada. Tal fue exactamente la pelea que
enfrentó nuestro antiguo contemporáneo Pelagio. Si no se precisa de la gracia
de Dios para obrar el bien, no se precisa de la gracia de Dios en absoluto.
Pero la cueva es distinta, allí necesitas una especie de gracia, y no la
obtendrán aquí, para poder hacer el bien en The Cave…
“Es la historia de ciertas personas y ese oscuro rincón que ocupa una
parte de sus corazones. Tened cuidado antes de juzgar, ese oscuro lugar también
se encuentra en vuestro corazón. Algún día, os encontraréis adentrandoos en mis
profundidades, en busca de aquello que más anhelais... y puede que tampoco os
guste lo que descubrais.”
Lo buscaré en la PSN, amigo. Excelente reseña y recomendación.
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