En el inicio de año ocurrió el
lamentable tiroteo en Torreon, en el que un menor de 11 años disparó contra sus
compañeros, portando una camiseta del videojuego Natural
Selection. El Gobernador de Coahuila, Miguel
Ángel Riquelme, no dudó en culpar a los videojuegos como la causa directa
de tal violencia, con lo que repite la misma postura ya presentada por el presidente Trump hace unos
meses atrás. Ante esta situación, tanto la sociedad como la academia han
presentado unas posturas diferentes: desde aquella que considera que tal identificación
pasa por alto, convenientemente, los hallazgos de la ciencia al respecto (Xataka),
aquella que indica que tal vínculo entre videojuegos y violencia nunca se ha
encontrado (Univisión),
o aquella que afirma directamente que jugar videojuegos no es la causa de la
violencia (el
Universal). Incluso el grupo de trabajo de La Finisterra, en la UNAM, aprovechó la ocasión para armar un
conversatorio en torno al tema de videojuegos y violencia:
Quiero hacer lo propio, desde una
perspectiva enteramente filosófica y remitiéndome, como es usual en el
ejercicio del filosofar, a los pensamientos de quienes han pensado antes que
nosotros. Se trata pues de pensar con quienes ya han pensado.

Sin embargo, Hegel considera que
nos equivocamos con esta apreciación. “¿Quién piensa abstractamente? El hombre
inculto, no el educado”. Y tras definir “lo abstracto” como aquello que se
separa de la realidad, encadena un ejemplo a su
argumentación para ratificar tal
definición:
“Sólo
necesito aducir algunos ejemplos para mi tesis, ante los que todo el mundo
convendrá que la confirman. Un asesino es conducido al patíbulo, quizás hagan
notar que es un hombre fuerte, bello e interesante. El pueblo, sin embargo,
considerará terrible esta observación ¿qué belleza puede tener un asesino?
¿cómo se puede pensar tan perversamente y llamar bello a un asesino?... Esto
significa pensar abstractamente: no ver en el asesino más que esto abstracto,
que es un asesino, y mediante esta simple propiedad anular en él todo remanente
de la esencia humana”
En este sentido, pensar
abstractamente es tomar un único atributo de los hechos y desplazar con este a
todas las determinaciones esenciales que lo constituyen. El asesino es,
efectivamente, un asesino. Pero obviar que el asesino es un ser humano,
perteneciente a una cierta familia, egresado de un cierto plantel educativo, amigo
y hermano, amante y creyente de una cierta religión, etc.; obviar todo ello
equivale a quedarnos con una mera parte abstracta de todo aquel hombre: a
saber, que es un asesino.

Tras esta reconstrucción, lanzó mi
tesis: la acusación que culpa a los
videojuegos como causa de la violencia es un enjuiciamiento abstracto. Los videojuegos, en un sentido concreto, cubren una expresión interactiva de la variabilidad y multiplicidad de la experiencia.
Ciertamente es posible encontrar comportamientos violentos en diferentes personas
a causa de los videojuegos y motivados directamente por los videojuegos; no
obstante, no son situaciones que puedan erigirse en leyes. Citaré unos ejemplos
para ilustrar cuán vana es esta consideración: En
Japón, el consumo de videojuegos es el más alto a nivel mundial, y no obstante,
las muertes violentas (asociadas o no a videojuegos) no representan el
mayor porcentaje de muertes; en Alemania, sede de la Gamescom, donde
la industria del videojuego representa el quinto mercado más grande a nivel
mundial, las muertes asociadas a los videojuegos son mínimas; incluso en
Colombia, país lacerado por la guerra interna, los
videojuegos se han erigido justamente como un medio para lograr la paz y hacer
memoria del conflicto.
No hay una simple relación causal
entre los videojuegos y la violencia; a lo sumo puede haber una relación
genealógica, pero no determinante. Este punto ya ha sido trabajado bastante por
autores como Karen
E. Dill y Patrick
M. Markey (et al.) ; pues de existir un vínculo causal directo, equivaldría
a que todo aquel que juega videojuegos comete actos de violencia. Mas los
hechos del mundo indican algo diferente: hay juegos que han logrado dar voz a
mitos de culturas casi perdidas (Never Alone);
los videojuegos han logrado reconstruir el mundo antiguo con la mayor fidelidad
posible y han hecho transitables las calles de la antigüedad (Assassins
Creed Origins y Odyssey); los videojuegos han posibilitado la expresión de
la depresión (The Cat
Lady) y la ansiedad (Celeste),
convirtiéndose en mecanismos perfectos para un ejercicio terapéutico. Los
videojuegos han creado mundos de fantasía y nos han permitido experimentar
espacios ficticios del inicio de la prehistoria (Dawn of man) y
representaciones fidedignas de espacios “reales” (Cities
Skylines); los videojuegos han servido para que un padre procese la muerte
de su hijo (Dragon,
that cancer) así como le han dado expresión a la inocencia (Rain); los videojuegos
han abordado irresponsablemente la violencia (Rapelay) a la vez que han
creado conciencia contra la violencia y el desplazamiento forzado en el mundo (burried me, my love).
La complejidad de los videojuegos
constituye su realidad misma y una reducción simplona no es más que una
abstracción. Afirmar que los videojuegos son la causa de la violencia, es tan
abstracto e ingenuo como decir que la religión, que la economía, que el fútbol,
o que la nacionalidad son la causa de la violencia. Esto no son más que
abstracciones que impiden formular un pensamiento concreto de los videojuegos,
y de las causas de la violencia. Si se quieren estudiar las causas (en plural)
de la violencia, conviene concretizar el pensamiento abordando multiplicidad de
factores; si lo que se quiere evitar son las masacres en los recintos
educativos, entonces hay que evitar los medios: mientras hayan armas a
disposición de ciudadanos, las masacres se prestarán más a la mano que en un
videojuego, pues en éste, por lo menos, los enemigos también van armados.

Existen juegos violentos, es
cierto; pero que la causa de la violencia sean los videojuegos es una
afirmación miope, propia de quien piensa abstracta y simplistamente.
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