Una de las consideraciones más
usuales acerca de los videojuegos es que consisten en evasión de la realidad,
altamente sofisticada y mediáticamente manipulada. Ciertamente, es una cuestión
de hecho que no se trata de negar, pero sí de matizar. Me interesa mostrar que
realmente los videojuegos cumplen una función de cuidado, en el sentido clásico del término. Ciertamente me separo
de casos enfermizos y extremos, incluso de los casos patológicos en los
que alguien murió por jugar videojuegos en exceso, o a aquellos que han
dejado a sus hijos por un videojuego, o a aquellos que han incluso drogado
a su pareja para poder jugar tranquilo.
Me refiero a continuación a la
práctica de los videojuegos que funciona como un cuidado, como un ejercicio
filosófico de consuelo[1]
y no de evasión. Y es que jugar es una forma de cuidado (cuidar el alma dirían
los antiguos), en la medida en que la vida misma se va volviendo cruda y dura.
Es necesaria una “moratoria de lo cotidiano” como la denomina Marquard para
evitar la destrucción por exceso de seriedad. Pues parecería que jugar es
perder el tiempo, pero realmente es una forma de ganarlo. Me explico: en los
momentos en que la vida se vuelve muy cruda y cruel, ser realista no significa ser
más duro que la vida misma, como lo pensaban los estoicos. Este camino no
culmina bien[2],
pues la vida siempre puede ser más dura y cruel que nuestros ejercicios más
ascéticos. Schopenhauer lo notó: conviene distraernos, particularmente en el
arte, en nuestro caso en los videojuegos. No es una solución, ciertamente, pero
ese es precisamente el punto, no hay solución,
y sin embargo la situación nos convoca a la acción. Pero ninguna de nuestras
acciones, por muy magnánimes que sean, serán la solución al problema. Así, al ver
las atrocidades en el mundo, constantes y diversas, violaciones y corrupción,
injusticias y hambrunas causadas por el egoísmo humano: ¿cómo jugar en vez de
ayudar? O glosándolo en la ya famosa pregunta: ¿cómo jugar videojuegos después
de Auschwitz?
Parecería que el resultado sería
un imperativo con el compromiso social. Pero no hay quien realmente se lo tome
en serio, pues como Schopenhauer lo vio, lleva a la autodestrucción. Quien se tome en serio, muy en serio,
totalmente en serio cualquier dimensión del sufrimiento humano, se destruye
primero antes de lograr cualquier solución: pensemos en alguien que combate el
hambre del mundo. Si su lucha es sincera, honesta, total, radical, en una
palabra, seria, tendría que dejar de
comer inmediatamente y no volver a probar bocado, porque no tiene forma de justificar
que su bocado prima sobre el del prójimo, si realmente lucha contra el hambre. Lo
mismo pasa con todo sufrimiento humano, si se toma con total seriedad, el resultado es que no hay forma
de justificar mi placer mientras que haya otro que sufra.
Análoga situación ocurre con los
videojuegos. No todos luchamos contra el hambre, no en todos los lugares del
mundo hay agua potable, no en todos los sitios hay hospitales. ¿qué sentido
tiene entonces jugar Dragons Dogma, Angry Birds o Just Cause? Pues el sentido de cuidarnos del excesivo dolor que nos
llevaría a la autodestrucción. No necesariamente hablamos de las grandes luchas
que devuelven la fe en la humanidad, sino las pequeñas y más usuales luchas que
desgastan profundamente por su constante mella en la misma herida: “juego para
no sufrir lo que siempre sufro, y que seguramente seguiré sufriendo después de
jugar”. Tal podría ser el lema de esta reflexión. Podríamos sintetizar estos
pensamientos glosando la famosa confesión que hiciera Bertrand Russell en su
texto La Conquista de la felicidad.
Allí dice el filósofo: “En la
adolescencia, odiaba la vida y estaba continuamente al borde del suicidio,
aunque me salvó el deseo de aprender más matemáticas.” Nosotros podríamos
decirlo en otros términos,
“… me salvó el deseo de jugar más videojuegos”
[1]
Es curioso mostrar cómo la filosofía buscaba un consuelo. Muchas veces
consistió precisamente en encontrar algo más valioso en la realidad que la
percepción misma. Los mejores ejemplos de esto son las consolaciones de los
estoicos, como la de Séneca o la de Boecio. Sin embargo, el ejercicio
filosófico en la actualidad aspira a lograr un imperativo y no un consuelo. Se
espera que la filosofía diga un Tú debes,
profundamente racionalizado, pero no se buscan consuelos porque parecen
inocentes. Una filosofía destinada al consuelo la tomamos hoy en día como
autoayuda, cuando es realmente una vertiente medular en la filosofía la tarea
del consuelo, que no la de la evasión. Para revisar la actualidad de este tema,
conviene leer los interesantes aportes de Allain
Button en su libro las consolaciones de
la filosofía.
[2]
Este camino, como lo muestra Schopenhauer al final del libro I de El mundo como voluntad y representación
no llega a un buen término pues renuncia antes de empezar: “Pero la señalada contradicción interna de la
que adolece la ética estoica hasta en su pensamiento fundamental se muestra además
en que su ideal, el sabio estoico, ni siquiera en su presentación puede nunca
ganar vida | ni verdad poética, sino que permanece como un rígido muñeco de
madera con el que nada se puede hacer, que no sabe él mismo a dónde ir con su
sabiduría, cuya perfecta tranquilidad, satisfacción y felicidad contradicen
directamente la esencia del hombre y no nos permiten ninguna representación intuitiva.”
Me gusta mucho. Quizá conviene decir que, igual que en el caso de las matemáticas, o de los videojuegos para muchos de nosotros, hay otras opciones como el cine, la literaura. De cualquier modo, está implícito en el texto, ya que se ha mencionado. Gracias por las entradas, también consuela mucho encontrar puntos de vista y textos como éstos. Un saludo
ResponderEliminar