Soy colombiano y actualmente vivimos momentos
de conmoción. Tales momentos en los que crece la seriedad a causa de la muerte
de manifestantes inocentes, de la
muerte de quienes simplemente cumplen su deber bajo el nombre de los
poderosos, y de la muerte de quienes piensan diferente y prefieren
el suicidio antes que el escarnio, son momentos, digo, que paralizan al
espectador. Ante esta situación pareciera que solo quedan dos opciones: o el
silencio respetuoso ante el que sufre, o aunarse a la lucha que ha cobrado tan
inocentes víctimas. En momentos de
convulsión social, por tanto, el videojuego aparece como una cosa frívola ante
la gravedad de los acontecimientos. Pues o bien quien juega se “evade” de la
realidad, o bien quien juega se “burla” de los demás, con un comportamiento
indolente que cualquier moralista, de izquierda o de derecha, no dudaría en
censurar. Por ello, me place escribir unas líneas sobre resistencia y videojuegos, o lo que es lo mismo, acerca de cómo los
videojuegos nos brindan lecciones de resistencia política y social.
Despido pues, de manera amable
pero con alegría, a aquellos que afirman que, ante la crisis, “no es momento de
jugar”, sino de construir. Sostengo entonces la tesis contraria: quien no es
capaz de jugar en tiempos de crisis, no es capaz de resistir. Para expresar
esta idea quiero referirme, justamente, a un tema poco tratado en los juegos:
la resistencia política.

Michel Onfray en su texto Política del rebelde. Tratado de resistencia
e insumisión, considera que la resistencia surge ante la presencia del fascismo:
Cuando y donde el
microfascismo se anuncia o incluso se enuncia, es decir, toda vez que una
potencia significa el imperio de lo gregario sobre un individuo y, por eso
mismo, pone a este en peligro, la resistencia puede y debe hacer su trabajo
(1997, pág. 248).
Y es que fascismo es todo aquello
que anula la diversidad de ideales. No obstante, el trabajo de la resistencia no
es el de un mensaje de Salvación: la resistencia carece de un mensaje soteriológico,
aunque lo anhela con todas sus fuerzas. La resistencia se parece, más bien, a aquella
tesis que formula Camus respecto al arte: “cada
generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que
no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el
mundo se deshaga.” (Discurso
de aceptación del premio nobel). La resistencia es un “impedir que el mundo
se deshaga”. Quien resiste no se redime, pero busca la supervivencia de los
ideales.

Creo que hay que
resistir. Ese ha sido mi lema… En esta tarea lo primordial es negarse a asfixiar
cuanto de vida podamos alumbrar. Defender, como lo han hecho heroicamente los
pueblos ocupados, la tradición que nos dice cuánto de sagrado tiene el hombre (2000,
pág. 70, 75)

En definitiva, resiste aquel
quien tiene algo por lo cuál enfrentarse a un poder descomunal; resiste quien
tiene un ideal; resiste quien vive en la miseria iluminado únicamente por una
esperanza futura, quizás inexistente; y no obstante, como lo enseñan los
videojuegos y lo formula Sábato: “El mundo nada puede contra un hombre que
canta en la miseria” (2000, pág. 75).
Por ello, ante las próximas
crisis que los países latinoamericanos enfrentamos, entendamos que la
resistencia es la custodia de nuestros ideales: resistir es de quienes sueñan,
e incluso de quienes juegan videojuegos, y entre ambas no encuentro mucha
diferencia.